De rumbo en rumbo, en estas andanzas de desterrado, llegué a un país que no conocía entonces y que aprendí a amar intensamente: Italia. En ese país todo me pareció fabuloso. Especialmente la simplicidad italiana: el aceite, el pan y el vino de la naturalidad. Hasta aquella policía... Aquella policía que nunca me maltrató, pero que me persiguió inansablemente. Era una policía que encontré en todas partes, hasta en el sueño y en la sopa.