Florentino Ariza había previsto que esa noche ocurrirían las cosas así, y se retiró.
Ya en la puerta del camarote trató de despedirse con un beso, pero ella le puso la mejilla
izquierda. Él insistió, ya con la respiración entrecortada, y ella le ofreció la otra mejilla
con una coquetería que él no le había conocido de colegiala. Entonces insistió por
segunda vez, y ella lo recibió en los labios, lo recibió con un temblor profundo que trató
de sofocar con una risa olvidada desde su noche de bodas.
-¡Dios mío -dijo-, qué loca soy en los buques!